Ignacio Aldecoa
Ignacio Aldecoa Isasi
Escritor español
Ignacio Aldecoa nació el 24 de julio de 1925 en Vitoria (España).
En 1942 inició sus estudios en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, donde coincidió con la escritora Carmen Martín Gaite.
Se inició con El fulgor y la sangre, que, junto con Gran Sol (Premio de la Crítica 1958), constituye un ejemplo de la llamada novela-reportaje.
Otras novelas destacadas suyas son: Con el viento solano y Los pozos, además de los libros de relatos y cuentos Espera de tercera clase, Vísperas del silencio (1955) y El corazón y otros frutos amargos (1959).
Después publicó Caballo de pica (1960), Cuaderno de Godo (1961), Los pájaros de Baden-Baden (1965), Parte de una historia (1967) y Santa Olaja de Acero (1968).
En el año 1952 se casó con la pedagoga y escritora Josefa Rodríguez Álvarez, conocida como Josefina Aldecoa.
Ignacio Aldecoa falleció el 15 de noviembre de 1969 en Madrid.
Obras
Todavía la vida (1947)
Libro de las algas (1949)
El aprendiz de cobrador (1951)
El fulgor y la sangre (1954)
Gran Sol, novela premio de la Crítica 1958
Con el viento solano (1956)
Los pozos
Espera de tercera clase (1955)
Vísperas del silencio (1955)
El corazón y otros frutos amargos (1959)
Caballo de pica (1961)
Arqueología (1961)
Cuaderno de Godo (1961)
Neutral corner (1962)
Pájaros y espantapájaros (1963)
Los pájaros de Baden-Baden (1965)
Parte de una historia (1967)
Santa Olaja de Acero (1968)
La tierra de nadie
Fragmento de una de sus novelas:
Del clorofílico cielo de la amanecida, sobre el perfil del acantilado, pende un nubarrón orondo, cárdeno y frutal. Desprendido rodaría por las laderas, machucándose y esparciendo zumo, hasta las playas de nuestra isla. El río de mar, en la turbiedad de la penumbra, parece canecido y mate. Las mujeres vierten los bacines en las aguas sin despertar de La Caleta, donde moran las falúas; y corren niños madrugadores, camaradas de perros, hacia el espigón del muelle, repeluznando a algún gato tránsfuga y alborotando a las gallinas, que picotean pulcramente en las basuras de la baja marea. Cantando hermosos quiquiriquíes y ahuecando las alas, el muecín de los gallos convoca al sol desde el alminar de una roca solitaria, dominante. En la vacilación de la mañana van a llegar las barcas de la pesca nocturna.
He salida descalzo y camino con inseguridad, con aprensión. Pronto me acostumbraré, pero ahora la debilidad de las plantas de mis pies vence a mi voluntad, y mi andar entre cauteloso y circense atrae las miradas de todos. Los hombres sonríen gozosamente, y bajo los pañuelos que casi cubren los rostros de las mujeres sé que hay sonrisas picaras, como hay miradas cómplices por ía diversión que les of rezco. Me heriré antes de llegar a las piedras del muelle y haré un paso de pirueta que pondrá lágrimas de risa en los ojos de los chiquillos y atragantatá de rises contenidas, elementalmente pudorosas, a las mujeres; rises que serán de alegre tutela en los hombres para el amigo bobo, para el amigo forastero, que cree sentirse de la isla y se desmiente de una manera tan sencilla.
No han tenido suerte. He defraudado un poco a todos. Evidentemente, camino con más garbo porque mi publico me abandona. Roque está apoyado en una cuba de sal, de la que cage granos que lanza al ague, turbando la pasture de los cardumenes de pequeños paces de puerto que a veces son como una llama acuaria. Sonriendo, muestra los lechosos dientes postizos.
-¿Tú aquí. . .? ¿A estas horas. . .? ¿Y cómo tan tempranero. . ? ¿Te falló la cama. . ? ¿Quieres ver a los pillos.
Me mira a los pies y continúa:
-Tú te vas a coger un catarro. Te vas a herir. ¡Buen marinero estás tú hecho! [...]